domingo, 19 de julio de 2015

Miradas y patacones frescos en Islas Barú



En la Isla Barú se vive con un estilo primitivo, auténtico y sabiduría de naturaleza. La simpleza y la felicidad los hacen únicos.  Cartagena, Colombia. 

I

Recuerdo que subí al ómnibus y me sentí como mosca entre la leche. Era literal pero al revés; yo era la única blanca entre los costeños afrodescendientes de las Islas Barú que regresaban a su hogar luego de trabajar en Cartagena. Sentí miedo. Subían a paso cansino, con mirada dura y ceño plegado, con sus gallinas, papas y maíz impregnando el ómnibus a granja y sudoración por el calor agobiante. 
La asustada era yo, pero mi presencia era como un espejismo; ellos emprendían su jornada de vuelta entre risas de humor campechano. La isla me esperaba cálida y acogedora, en sus chocitas de madera hechas a mano y hamacas paraguayas. Una brisa verde daba tregua al calor agobiante. Las olas de la orilla y el vaivén de sus palmeras invitaban a caminar sus playas y conocer sus artesanías exóticas con perlas de ostras del mar, armadas en collar por manos curtidas.  



II

Ellos me preguntaron si quería compañía para cenar. Por supuesto, dije, y deleitando unos patacones recién cortados con "rehogao" y queso, contemplamos la noche tranquila al murmullo de las olas refrescantes del calor nocturno de la Isla. Me hicieron un resumen de los atractivos paisajísticos y de entretenimiento de la Isla: bares tipo quinchos con música a la orilla de la playa, tragos frutales y  entretenimiento nocturno, familiar o alocado al mejor estilo hippie intercultural. El muchacho venía a compartir el fin de semana después de su semana de estudio y trabajo en Cartagena. Habló poco, sonrió lo suficiente y escuchó muy bien; me recomendó exactamente lo que yo buscaba, y me advirtió de lo contrario. Su mirada de ojos sabios parecía haber vivido mucho más que lo que decía su edad. No dudé de sus consejos y descansé en la Isla tropical. "Ve donde Ceferina", me dijo.