miércoles, 19 de octubre de 2011

El dueño de Puertecillo

Panorámica de Puertecillo (VI Región, Chile). Foto: Sergio García.
 -Viví acá toda la vida - me dice Pablo. Él es un hombre rústico, de rasgos toscos, largo pelo negro enmarañado y manos un poco duras de sal de mar y espinas de pescados.
En Puertecillo se pueden escuchar las melodías de la naturaleza. A ojos cerrados el sonido llena el alma sin necesidad de otra música. Grillos, chicharras, viento, mar rugiente, arboles batiéndose sobre la arena frizada, frío nocturno intenso filtrándose en mi rostro. Respiro. Paz etérea. 
Cerros dibujados con mistura de caminos arbolados silvestres, diferentes formas verdes,  abrazados por caracolas y perfumados con la sal del mar resiliente. Esa playa de pescadores regala al turista que pisa sus arenas la ilusión de sentirse dueño de ella. Aunque sea por unas horas. Es la sensación de alejarse de la contaminación humana, de ser interrumpido en esa rusticidad encantadora sin tiempo. De sentirse uno mismo.

-Este es mi proyecto de vida- agrega Pablo. -No tenemos señal de teléfono aquí. El pescador no conoce el estrés, ni el tiempo limitado, ni los peligros urbanos. 
-Mi esposa se vino de Santiago a vivir acá y tenemos nuestra hija- dice. -Aquí nací y aquí quiero morir.

Y caminó descalzo a desayunar con sus padres.

sábado, 15 de octubre de 2011

El gigante de Puertecillo

Playa de Puertecillo. VI región, Chile.

Simplemente, mar. 
Odisea oleística blanca, que avanza en la claridad soleada.
Lejanía y cercanía perfectas. 
Y de día, la inmensidad permanece, con un cielo celeste vivo cegado por la energía matinal energizante. 
Y vuelves a tu seno profundo infinito para marejar tu superficie verdosa, ventosa en los oídos que osan escucharte.
Te asomas con tu inmensidad eterna en las ventanas, con tus brazos penetrantes de frío salado en la terraza, te entremezclas en las cuerdas de la guitarra, y despeinas cabellos. 
Quién sabe qué historias te llevas, océano verde esmeralda de Puertecillo. 
Historias en botellas con corcho, navegando a la deriva de tus destinos como los correos de piratas en los cuentos de amor de antaño. Secretas para todos, salvo para ti.
Historias que solías llevar de caminantes de tu playa de arena negra en ese pueblo de pescadores, que simplemente te deja ser genuino en todo tu esplendor. 
¿Quién sabe qué historias te guardas, océano profundo de Puertecillo?  
Te desbordas con tu inmensidad eterna en las montañas, con tu vaivén oleístico renuente, entremezclándote en la vegetación maciza de tus cerros y despeinando pétalos de flores.
Y vuelves salpicando tus olas frías para alcanzar la orilla. Hipnótico. 
Y de noche, la inmensidad es eterna, con un cielo oscuro de penumbra nocturna lunar. 
Cercanía y lejanía perfectas. 
Odisea oleística blanca, que se retira en la infinitud nocturna.
Simplemente, mar.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Pedaleada perfecta

Casi me había olvidado lo que era andar en bicicleta. Casi, es simplemente hermoso. Esa libertad de pedalear el camino con mis pies en el aire, pero aún en la tierra. La brisa flirteante corriendo a contrapelo, metiéndose en los recovecos de la piel. Quiero pedalear, cerrar los ojos, dejarme conducir. La bici nocturna me llevaba por las calles de Vitacura, árboles y jardines frondosos, con motoristas retardando el regreso a sus casas y así ver morir el fin de semana. Miedo, movimiento, luces que cortan la noche dominical, y la luna cautivante vigilaba la escena urbanística con sus cuernos al oriente. Naturaleza y pavimento. Soledad. Pequeñas ráfagas de peligro. Minutos eternos. Respiro profundo, ajusto mis dedos en el manillar y mis piernas al compás pedalean el camino a casa. Vivo mis últimas horas del domingo y así me preparo para descansar y amanecer el lunes con energías renovadas.