miércoles, 15 de diciembre de 2010

Navidad

Raquel todas las Navidades le pedía a sus familiares que compraran un regalito, para luego ella llevarlos a los niños con cáncer del hospital. A sus hijos les pedía un juguete que fuera de sus favoritos. "La vida es un búmeran", dice Raquel, con la voz quebrada. "Ahora tengo a mi hijo en este hospital". Y el chico recibía sus regalos navideños ese día.

"Doctor, dígame si me voy a morir, porque si es así prefiero morirme ahora y no tres meses después y dejar a mis padres en la calle", fueron las palabras de su hijo Nicolás, cuando se enteró de su enfermedad. En Chile, los tratamientos de cáncer para una familia como la de Raquel implican que venda su casa para pagarlo, decirle que no a sus otros hijos para estudiar, o comprarse ropa. "Esta fiesta me recuerda lo doloroso que ha sido para todos la enfermedad de mi hijo; él ha hecho un esfuerzo sobrehumano por recuperarse", explica Raquel. Sus ojos se turbian. Ella tuvo que soportar que no la quisieran llevar en taxi porque el chico usaba tapaboca, y solía ser blanco de las miradas esquivas a su alrededor. 

Nicolás nos sonríe y nos convida con pizza. Nos cede el asiento como un caballero, y se va a jugar fútbol, como cualquier chico de su edad, contento porque se acerca una Navidad más.

El cáncer no es contagioso, es muy difícil de sobrellevar. A pesar de eso, el 70% de los niños se recuperan.