miércoles, 22 de septiembre de 2010

Encanto de la naturaleza

Cuando estaba en Punta de Choros pensé que la madre naturaleza, aburrida un día de tanto urbanismo, ofreció su inspiración a unos pocos que la pudieran aprovechar. Desierto, arena, y algunos cactus se animaban a mostrarse al costado del camino sinuoso. Simplemente hermoso. Sus paisajes mansos, con la vegetación justa que le daba una belleza apenas verde al lugar nortino, una verdadera reserva de la naturaleza.

El mar sin horizonte nos esperaba. Intenso, arrullaba todo el tiempo constante, y golpeaba el pie de las rocas montañosas acompasado con su viento andino. Los caracoles se mecían en la orilla y llegaban formando una alfombra hasta el camping. Caracoles blancos, violetas, anaranjados y marrones a rayas. La naturaleza artista dejó su inspiración en esos caracoles de ese rincón recóndito.


La Isla de Choros nos ofrecía su encanto de lejos. Las especies de aves anidaban sus huevos, las estrellas de mar reposaban en las rocas, y el mar también arrullaba, manso, sin apuro. Nos deleitamos con los pingüinos que indecisos, nos miraban y aleteaban como cuestionándose si nos harían la gracia que tanto esperábamos: tirarse al agua. Esos pingüinos fieles que sólo tenían una pareja insustituible, y si ella se moría, ellos probablemente morirían de tristeza. 
Y estaba también la Isla de Damas, con su encanto de arena blanca y aguas turquesas. La isla como Dama única, te mostraba una inhabitabilidad acogedora, con una montaña rocosa que se reservaba para ella quien sabe qué bellezas ocultas.


El pueblito era tranquilo. El sonido del mar  lo llenaba todo, junto con algunos pájaros y algunos transeúntes hablando. La noche era deliciosa, con un frescor marino y una luna llena, que rematamos con una caminata del camping hasta el pueblo, sin sonidos, acompañados por el viento andino.

El día antes de irnos, un pescador nos tenía una sorpresa: veríamos unos fósiles de un dinosaurio entre las rocas cerca del mar. Allí estaba, la columna como cuencos perfectos con agujeros. El agua cansina acariciaba las rocas una y otra vez, y pasaba por una mini cueva formada por otras rocas. Allí nos sentamos. Me dediqué a escuchar el sonido del mar cansino y constante. Ese sonido relajante, que cautiva a los aventureros, que relaja a los urbanitas estresados, mece el ánimo. Esas olas perfectas, de espumas burbujeantes que una y otra vez parecían pedirle a las rocas que las dejaran seguir su camino. Una jaiba roja y brillante se escondía en una roca y allí quedaba en un cuadro natural perfecto, entre verdes, grises y azules naturales.



Punta de Choros, que solo muestras tus encantos a quien ose observarte bien. Sé que siempre nos esperarás con tu mar arrullador, con ese aroma a sal intenso y tus cabañas de pescadores humildes. Con tus noches estrelladas y llenas de caracoles de tu naturaleza artista inspirada. Con tus dunas apenas floridas, como dándole un toque de vida a las piedras y arena árida. Algún día volveré a instalar mi carpa allí, a caminar por tus caminos de piedras y caracoles, a dormir en tu playa bien guardada y ventosa, natural, simplemente bella.

(Fotos: Gentileza de Mauricio Simonin).